Antaño, durante la era de oro del Priísmo, los tiempos del candidato único, la gente sobrellevaba las elecciones de forma estoica y resignada: cumplía con el ritual de asistir a la caseta, marcaba las boletas correspondientes, salía para que le mancharan el pulgar y regresaba a su casa para ocuparse de otra cosa y olvidarse definitivamente del asunto. No valía la pena detenerse más tiempo en ese tema y existían muchas razones para ello. En principio, se percibía como imposible cambiar la situación, en gran parte por la represión del régimen y, en ese contexto, por la ausencia de medios o líderes para lograrlo (vaya, ni siquiera existía una real oposición en las elecciones pues la lucha por el poder era exclusivamente interna, en el seno del PRI, donde se decidía todo mediante el ya legendario dedazo); también se consideraba la influencia de los gringos y la Guerra Fría, una locura en la que todo el mundo participó de forma voluntaria o no; algunos pensadores hablaban sobre nuestro...
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