La educación de los jóvenes es un asunto de trascendencia para una nación. El futuro depende de cómo se realice esa labor. En México, todo mundo conoce la deteriorada condición del sistema educativo nacional: maestros poco preparados, programas de estudio descontextualizados, instalaciones deficientes, interminables luchas por el poder y grilla, mucha grilla, lastran el desarrollo del sector de forma alarmante. ¿Es gratuito que nuestro país cuente por millones el número de “ninis”? Es entendible, dada la historia de nuestro México, que los dirigentes que se ocupan de la educación no tengan visión suficiente como para encabezar una revolución pedagógica que le cambie el rostro a esta nación, tan sucia por décadas de corrupción y –ahora- debido a asuntos como la alta criminalidad (otra expresión, por cierto, del fracaso del sistema educativo del país: que los jóvenes prefieran “jugársela” ingresando al crimen organizado en lugar de formarse un futuro de bien es algo que debería preocuparnos a todos… ¿cuál futuro?, dicen con cierta razón…) .
Pero sería irresponsable olvidarse de la actuación de los padres en este tema. Es difícil entender que les falte visión en relación con la educación de sus hijos, después de todo se está prefigurando el mundo en el que vivirán ellos y sus hijos, y los hijos de éstos. Sin embargo, sucede que al final tampoco se ocupan del asunto con seriedad, por muy diversas razones: “no tengo tiempo, no sé cómo lidiar con esto, están bien las cosas, no hay dinero, no hay nada de qué preocuparse, se las arreglarán como lo hice yo, no importa nada va a cambiar”, los pretextos sobran a la hora de esforzarse para solucionar los problemas que aquejan a nuestra sociedad, tan confundida en la actualidad.
En días pasados el mundo atestiguó las hazañas de los hombres más rápidos, fuertes y ágiles del planeta. Profesionales del deporte que, pese al increíble espectáculo que ofrecieron en Londres, tapan asuntos importantes con su resplandor, digno de los semidioses en los que están inspirados los Juegos Olímpicos. Algo que no sucede con los Juegos Paralímpicos, que se inauguraron el pasado 29 de agosto. Al respecto, me llamó la atención algo que leí en el sitio de la cadena británica BBC: “Los pioneros del olimpismo no pretendieron crear héroes populares, ni ofrecer un espectáculo de masas: se conformaban con difundir una ética del esfuerzo, destinada a cimentar la amistad de los pueblos a través del deporte”. En este sentido, apunta el texto, “…el espíritu olímpico está mejor representado en los Juegos Paralímpicos del Dr. Ludwig Guttmann que en los tradicionales del barón Pierre de Coubertin. Coraje, determinación, espíritu de sacrificio y exaltación de la voluntad sobre las limitaciones físicas, esos son los valores que inspiran a una buena mayoría de los atletas paralímpicos… algo que ya no es tan cierto de los olímpicos”.
Las distorsiones de conceptos como deporte o educación han generado tendencias de pensamiento, política, económicas, sociales que no le hacen bien a la civilización, víctima y enferma de ambición. Basta con echar una miradita más atenta a estos temas para constatarlo. (¿Se ha preguntado, por ejemplo, sobre las trabas que tiene que pasar un atleta para desarrollar su carrera en un ámbito de corrupción?, que son similares a las que enfrenta un joven con recursos económicos limitados si quiere estudiar una carrera).
Pero sería irresponsable olvidarse de la actuación de los padres en este tema. Es difícil entender que les falte visión en relación con la educación de sus hijos, después de todo se está prefigurando el mundo en el que vivirán ellos y sus hijos, y los hijos de éstos. Sin embargo, sucede que al final tampoco se ocupan del asunto con seriedad, por muy diversas razones: “no tengo tiempo, no sé cómo lidiar con esto, están bien las cosas, no hay dinero, no hay nada de qué preocuparse, se las arreglarán como lo hice yo, no importa nada va a cambiar”, los pretextos sobran a la hora de esforzarse para solucionar los problemas que aquejan a nuestra sociedad, tan confundida en la actualidad.
En días pasados el mundo atestiguó las hazañas de los hombres más rápidos, fuertes y ágiles del planeta. Profesionales del deporte que, pese al increíble espectáculo que ofrecieron en Londres, tapan asuntos importantes con su resplandor, digno de los semidioses en los que están inspirados los Juegos Olímpicos. Algo que no sucede con los Juegos Paralímpicos, que se inauguraron el pasado 29 de agosto. Al respecto, me llamó la atención algo que leí en el sitio de la cadena británica BBC: “Los pioneros del olimpismo no pretendieron crear héroes populares, ni ofrecer un espectáculo de masas: se conformaban con difundir una ética del esfuerzo, destinada a cimentar la amistad de los pueblos a través del deporte”. En este sentido, apunta el texto, “…el espíritu olímpico está mejor representado en los Juegos Paralímpicos del Dr. Ludwig Guttmann que en los tradicionales del barón Pierre de Coubertin. Coraje, determinación, espíritu de sacrificio y exaltación de la voluntad sobre las limitaciones físicas, esos son los valores que inspiran a una buena mayoría de los atletas paralímpicos… algo que ya no es tan cierto de los olímpicos”.
Las distorsiones de conceptos como deporte o educación han generado tendencias de pensamiento, política, económicas, sociales que no le hacen bien a la civilización, víctima y enferma de ambición. Basta con echar una miradita más atenta a estos temas para constatarlo. (¿Se ha preguntado, por ejemplo, sobre las trabas que tiene que pasar un atleta para desarrollar su carrera en un ámbito de corrupción?, que son similares a las que enfrenta un joven con recursos económicos limitados si quiere estudiar una carrera).
No tengo duda: Este sería un lugar mejor dónde vivir si se consideraran las cosas que realmente importan, como los valores que en teoría sustentan al deporte y a la educación. Valores que permitan, de manera más sólida, construir una sociedad justa, honrada y dinámica. Algo cambiará para bien cuando nos demos cuenta de que muchas cosas que nos provocan dolores de cabeza, insatisfacción o temor, dependen de nosotros. Es cosa de asumir la responsabilidad y hacer las cosas bien.
LES DESEO UN FELIZ REGRESO A LA ESCUELA
SALUDOS
Ma. CARMEN BLANCA CARRASCO